En la historia de la
retórica, desde la Grecia clásica, ha habido grandes obsesionados de esta
disciplina, desde teóricos como Aristóteles hasta un sinfín de practicantes
que, con fines persuasivos (politicos, jurídicos, periodísticos,
publicitarios…) o estilísticos (literarios), han intentado influir sobre sus
destinatarios para modelar la mente ,o, sencillamente, embelesar el alma.
Hoy nos vamos a quedar con
un practicante sadomasoquista: Raymond Queneau (1903-1976), autor francés contemporáneo del grupo
Oulipo (taller de literatura potencial) que escribió el sugestivo libro sobre
retórica que hoy comentamos: Ejercicios de estilo. Esta obra parte de una anécdota trivial, Notaciones, a partir de la cual construirá nada menos que noventa
y nueve variaciones distintas de la misma historia. Una especie de enredadera
literaria, un juego adictivo, una obra surrealista, picante, divertida y
sugerente, que te invita a participar en el juego creativo por su alto
contenido retórico. Y es que, Queneau, nos cuenta lo mismo de lo mismo, la nada
anecdótica, metafóricamente, en forma de relato, con interjecciones, con
negaciones, filosóficamente, en lenguaje telegráfico, como oda, mediante
onomatopeyas, de forma interrogativa, retratando...
Toda una demostración de que la retórica, como técnica de sistematizar los procedimientos del lenguaje, es, sin duda, la forma más plausible de engatusar al espectador, ya que te obliga a reconstruir las piezas del puzle (una imagen incompleta, un titular irónico que esconde un dardo en la frase, una exageración que refuerza un contrapunto, una comparación que por inducción nos regala un símil inteligente...).
Bueno, para no aburrirte más con la mísera literalidad, te dejamos con la historia inicial, Notaciones, y cuatro de las noventa y nueve locuras retóricas de Raymond Queneau. Porque, no lo olvides, cualquier anuncio, empresa, obra o acción que contenga la más nimia de las figuras retóricas será 10 veces más epatante que lo meramente literal.
Toda una demostración de que la retórica, como técnica de sistematizar los procedimientos del lenguaje, es, sin duda, la forma más plausible de engatusar al espectador, ya que te obliga a reconstruir las piezas del puzle (una imagen incompleta, un titular irónico que esconde un dardo en la frase, una exageración que refuerza un contrapunto, una comparación que por inducción nos regala un símil inteligente...).
Bueno, para no aburrirte más con la mísera literalidad, te dejamos con la historia inicial, Notaciones, y cuatro de las noventa y nueve locuras retóricas de Raymond Queneau. Porque, no lo olvides, cualquier anuncio, empresa, obra o acción que contenga la más nimia de las figuras retóricas será 10 veces más epatante que lo meramente literal.
Notaciones
En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos
veintiséis años, sombrero de fieltro con cordon en lugar de cinta, cuello muy
largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se
enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono
llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él.
Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de
Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le
dice: “Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo.” Le indica dónde (en
el escote) y por qué.
Metafóricamente
En el centro del día,
tirado en el montón de sardinas viajeras de un coleóptero de abdomen blancuzco,
un pollo de largo cuello desplumado arengó de pronto a una, tranquila, de entre
ellas, y su lenguaje se desplegó por los aires, húmedo de protesta. Después,
atriado por un vacío, el pajarito se precipitó sobre él. En un triste desierto
urbano, volví a verlo el mismo día, mientras se dejaba poner las peras a cuarto
a causa de un botón cualquiera.
Precisiones
A las 12 h. 17 m. en un
autobus de la línea S, de 10 metros de largo, 2,10 de ancho y 3,50 de altura, a
3 km. 600 m. de sup unto de partida, cargado con 48 personas, un individuo de
sexo masculine, de 27 años, 3 meses y 8 días de edad, 1 m. 72 cm. de talla y 65
kg. de peso, que llevaba en la cabeza un sombrero de 17 cm. de alto cuya copa
estaba rodeada por un cordon de 35 cm. de largo (…).
Negatividades
No era ni un barco, ni un
avión, sino un medio de transporte terrestre. No era por la mañana, ni por la
tarde, sino a mediodía. No era ni un bebé, ni un anciano, sino un joven. No era
ni una cinta, ni un bramante, sino un cordon trenzado. No era ni una
procession, ni una trifulca, sino un atropellamiento (…).
Onomatopeyas
En la plataforma, plas,
plas, plas, de un autobus, tuf, tuf, tuf, de la línea S (en el silencio solo se
escuchaba un susurro de abejas que sonaba), ¡pii!, ¡pii!..pintarrajeado de
rojo, a eso del medio ding-dong-ding-dong día, gemía la gente apretujada, ¡aj!,
¡aj! Y he aquí quiquiriquí que una gallito gilí, ¡tururú!, que, ¡puaf!, llevaba
un sombreruch, ¡fiu!, se volvió cabreado, brr, brr, contra su vecino y le dijo,
hm hm:”Oiga, usted me está empujando adrede”. Casi se pegan, plaf, smasch, pero
en seguida el pollo, pío, pío, se lanzó, ¡zas!, sobre un sitio libre sentándose
en él, ploc.
El mismo día, un poco más
atrde, ding-dong-ding-dong, vuelvo a verlo, junto a la estación, ¡fss!, ¡fsss!,
¡puu!, ¡puu!, charrando, bla, bla, bla, con otro efebo, ¡tururú!, sobre un
botón del abrigo (trr, trr, precisamente no hacía calor…).
Y chim-pum.
Ejercicios de estilo.
Raymond Queneau.
Editorial Cátedra.
11.ª edición, 2008