Pero el ser humano es un depredador insaciable de la lógica natural, lo que explica que inmediatamente nos pongamos a pensar deducciones o inferencias hasta encajar las piezas del puzle (ayudados por las pistas que encontramos en cada mensaje; las imágenes, los titulares, los cuerpos de texto o la información de la marca sintetizada en el logotipo). Una vez atados los cabos, descubrimos que la vela gigante derritiéndose no es una vela, sino una metáfora de un iceberg bajo los efectos del cambio climático (en una campaña “For a living planet” firmada por WWF ), o que los tres quesos, camembert, brie y roquefort, forman un símil de la estrella de Mercedes (sponsor de un festival culinario), o por último, que nuestro surfero no está cabalgando sobre una gran ola en la playa de Mundaca, sino entre las páginas retorcidas de una revista de surf.
Afortunadamente, el poder de la retórica es que viene sin instrucciones, cada espectador deberá descubrir la incógnita por sí mismo. Girardin, un resabido pedagogo, lo decía de forma brillante “Nos olvidamos muy pronto de lo que hemos aprendido; no nos olvidamos nunca de lo que hemos descubierto”. Y ese es el esquema de estos tres anuncios, y el de todas las formas de comunicación basadas en el uso de las figuras clásicas de la retórica: incertidumbre-deducción-descubrimiento-recuerdo.
Así que vayan haciendo sitio, hay más de cien hierros al rojo vivo (permítanme la metáfora) esperando marcar las neuronas de la mente.